SERVICIO PAIS

Como joven profesional en el área del turismo he sido seleccionada por la Fundación de la Superación de la Pobreza, específicamente en el programa Servicio País, para realizar una intervención social durante un año en la comuna de Yerbas Buenas, VII Región del Maule.

He decidido encausar mi vida hacia una experiencia que si bien tiene “fecha de vencimiento” (1 año), siento que responde plenamente a mis búsquedas y que tiene relación con contribuir de manera concreta, con mis capacidades profesionales y habilidades sociales, a mejorar la calidad de vida de otros, esos “otros” que durante toda mi trayectoria pastoral he visto que han sido la opción preferencial de la Iglesia, hoy me toca servir de una manera más responsable y comprometida.

En este proceso de incorporación a esta fundación, que ha despertado mi vocación social, me he dado cuenta que no son pocos los jóvenes de excelencia académica que ofrecen desinteresadamente sus conocimientos, su entusiasmo y sus manos para contribuir a la construcción de una sociedad más equitativa e integradora. No obstante, no necesariamente profesan alguna religión, más bien son los menos, porque su celo de justicia lo enfocan más bien en ser críticos ante el sistema político, económico y social, y en aportar desde lo que son, creen y piensan a realizar un cambio, lo que me parece sorprendentemente interesante y motivador, sin embargo, algo me falta, y es que yo procuro salvaguardar el aspecto espiritual como principal motor de mi ímpetu por ayudar, y de hacer carne lo que he tomado como filosofía de vida, el transformar los “en vez” en “además”, vale decir, no sólo voy a ayudar en vez de rezar, sino que voy a ayudar y además voy a rezar (acción y oración).

Entonces vislumbro que el desafío será aun más importante, porque no tan sólo iré a definir y aplicar lineamientos estratégicos para contribuir en la superación de la pobreza en una determinada región, sino que también es mi deber moral reflejar una conducta que está inspirada en el amor por Jesucristo, y que trasciende en la vida humana más allá de una condición social.

Parto ahora más convencida que antes, del llamado a la Misión desde lo que somos y lo que tenemos, y que sin duda implica ciertas renuncias, el desapegarme de comodidades, el separarme de mi familia y amigos, el dejar mis espacios eclesiales (pastoral escolar, representación en la región, cursos de teología, parroquia, oraciones con los hermanos de Taizé, etc.), pero también siento que el desprendimiento ayuda a ensanchar el corazón y que las decisiones importantes siempre traen consigo ciertos sacrificios, que a la larga son nuestra mayor inversión… Gastar la vida en los principios del Reino.

No pretendo llegar sumamente fortalecida ni casi “graduada” en filantropía, sino más bien con el corazón aún más frágil, con una mirada aún más pendiente, con la conciencia aún más sensible y con el espíritu aun más encendido.

Quiero pedirles que tengan muy presente en sus intenciones a cada uno de los jóvenes que sin otra motivación que el ser más plenos, optamos por trasladarnos a los lugares más vulnerados, en primer lugar para estar y escuchar, para compartir y contener, para entregar y recibir… Que esta acción sea inspiradora para muchos otros y que cada corazón descubra que el salir de sí es una respuesta de amor, cuando ya nos hemos sentido amados.

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